Anaclara Muro
Abres una puerta, se vislumbra un largo pasillo con muchas puertas a los lados, la alfombra color vino te recuerda un hotel, pero podría ser cualquier lugar. No se escucha nada pero caminas. No puedes con la curiosidad, abres una puerta, un hombre obsesionado con la desaparición de un escritor se desvanece. Abres otra, un hombre escribe mientras se apunta a sí mismo con una pistola, ¿has visto bien? ¿Está realmente solo? ¿Morirá? El pasillo se extiende, como si nunca acabara. Detrás de cada puerta, un misterio.
Los cuentos de Habitaciones son pequeños laberintos sin salida. Como lectorxs estamos condenados a la repetición porque la ficción contiene pequeños misterios que podrían nunca ser resueltos pero no dejan de ser fascinantes. En este caso lo incomprensible se convierte en una obsesión, lxs personajxs se persiguen a sí mismxs para encontrarse irremediablemente y enfrentarse con eso oculto. ¿Cómo se explica nuestra necesidad de buscar comprender lo incomprensible?, ¿de atrapar lo inalcanzable?
Las narraciones de Mendoza responden a la estética de la minificción, los relatos tienen un inicio y un final a los que no accedemos, tenemos únicamente momentos de crisis o de duda, los misterios permanecen. Ahí radica eso que nos enloquece, tendríamos que completar el relato, pero todo lo que podemos hacer es repetir el acertijo, porque nos interesa lo que no está escrito, los silencios, las ausencias, las desapariciones.
Es más fácil procesar la vida si se está ausente dice la voz que narra en el cuento “A las escondidas” en el que una madre se aísla completamente en su cuarto, Rosa tiene que decirle a su pequeño hermano Rodolfo que su mamá lo quiere aunque no pueda verlo, ni salir, ni comunicarse con nadie, porque ¿cómo nos comunicamos con quienes no están?
La vida que está ausente va a vivirse a otro lado, a un lugar inmaterial, a los recuerdos que guardamos obsesivamente a lo largo de nuestra vida. Habitaciones se perfila como una obsesión acumuladora, toda suerte de situaciones absurdas y a veces también dramáticas o imposibles, se van colocando una detrás de otra como mundos posibles. Así como el personaje del cuento “Viejos dogmas” nos aventuramos a entrar en una de las habitaciones para vivir una aventura en mundo desconocido.
La colección de cuentos de Alberto Mendoza, publicada por Paraíso Perdido, es un libro para leerse de a poco, para entrar en cada habitación e intentar comprender cada uno de los relatos con una lógica distinta. Los hay metanarrativos, cuyo misterio radica en la ejecución de la escritura misma, en las necesidades creativas y en las dificultades del oficio. Hay otros en los que lxs personajxs lidian con obsesiones y persecuciones imaginarias. En otros se intenta entablar una relación, pero la comunicación se dimensiona como una gran dificultad.
Vale la pena preguntarse de qué trata el libro, en el fondo, al final del pasillo, después de todos esos abismos. Podría pensarse como un laberinto, un camino para descubrir dónde estás, con quién, por qué. Quizá las puertas no tengan ningún cuarto detrás y pensemos el pasillo como una casa de espejos. Cada cuento nos refleja distintas formas de angustiarnos o asombrarnos o confundirnos.
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